Te veo cuando eras una niña de pelo negro, recién nacida. Tu nariz era tan chica y respingada que nos reíamos: Mirábamos a tu mamá y a tu papá y no entendíamos de donde la guagua había salido con esa naricita. Así, las pocas imágenes vienen una y otra vez. Sabemos que la vida es una y no hay más, eso desde muy temprano lo aprendemos, pero pareciera que jamás lo comprendemos del todo y en su cruda verdad. Digo las pocas imágenes se suceden una tras otra, los días pasan, ya serán dos meses de tu muerte y las imágenes no me dejan en paz. Las pocas imágenes que guardo, el tiempo perdido, las palabras no dichas, el día a día que nos come y sabiéndolo dejamos que el tiempo se nos vaya, creyendo que siempre tendremos otra oportunidad. Y eso no es así, el tiempo es uno e irrepetible. Me acuerdo, por ejemplo, de esa mañana en que nos encontramos en la calle. Era una mañana fría y asoleada de comienzos de invierno. Cada una iba por su camino, yo como siempre apurada, tú parecías ir perdida como si caminaras sin rumbo fijo. La luz del sol, tu imagen desvalida, en fin, la sorpresa de encontrarte de pronto en esa esquina, me hizo ir directamente a lo esencial y recuerdo que te dije que no dejaremos pasar más el tiempo sin vernos, sin conversar... Me miraste enternecida, tu voz se arrastraba en un " sí... es cierto." Nos prometimos acercarnos. Mientras lo prometíamos, mi celular comenzó, estridente a sonar, y con él la vuelta al mundo que en ese tiempo yo vivía, el del apuro, la contingencia, la alienación. Nos despedimos con un beso, tu a lo tuyo, yo a lo mío. Esa fue la última vez que hablamos de corazón a corazón. No te hablé de los momentos, no te dije que hay etapas, que la luz, como la de esa mañana, muchas veces iba a alumbrar tu vida. Sobre todo, no te dije, y si alguna vez lo hice, creo que no supe expresarme, que el tiempo es uno, la vida es lo único que tenemos, aun cuando no la hayamos pedido, aún cuando no acabemos jamás de entender su sentido. Por momentos vislumbramos la verdad y la respuesta a tanta interrogante, pero siempre éstas se nos van de las manos y quedamos otra vez vacíos, desconcertados... No te dije que ahí, en ese peregrinar está la sabiduría, ahí la gracia de tomar el tiempo, vivirlo y esperar la luz que algún día llegará para todos. No te dije, niña, que mientras caminamos lo importante son los momentos, las hojas de los árboles que tus padres algún día plantaron, el sonido del mar que algunas veces escuchamos juntas, la sonrisa transparente de un niño, la inmensidad del firmamento....no te dije que todo eso y mucho más nos da breves destellos de la totalidad, no te dije, que la totalidad en este cuerpo no la alcanzamos, que sólo nos aproximamos y ese es el juego de la vida. No te dije que el cuerpo es la herramienta de la que nos valemos para ir caminando y descubriendo pequeños destellos de luz. No fui clara cuando apenas te asomabas a la adolescencia y te hablé de cuidarte, de la lucidez de la mente, de la paciencia...No te dije, niña, que había mucho por andar, que vendrían viajes, conocer otros lugares del mundo, otras almas, otras costumbres. Que el mundo es ancho y ajeno, pero que es diverso, deslumbrante, y que sólo te tenías a ti, que esa era tu gran certeza, que te cuidaras. No te hablé de lo que sentirías cuando trabajaras y vieras plasmado tu esfuerzo en algo que aunque pequeño sería concreto y eso te haría alegre por un momento. No te conté de cómo sería cuando tuvieras hijos, de la fuerza de esa experiencia, de lo desgarradoramente fuerte que es ver un tus brazos a un niño que depende de ti y al que le enseñarás a vivir su tiempo...No te dije tantas cosas. Por fin, no te dije con la suficiente fuerza y firmeza que tu deber para con tu tiempo era creer. Creer en que habíamos tantos que te amábamos, que el sentido se encuentra día a día aún sin encontrarlo, que debías mirar de frente y voluntariosa, como sabías serlo, enfrentar cada día sin temor. Sin temor, Amelia, sin miedo, porque aún en las incomprensiones, aún en la soledad, aún en la oscuridad, siempre a la vuelta de la esquina está la luz, la claridad, el entendimiento...Hoy, sé que en este caminar, haz llegado a la comprensión, y desde la pena me sonrío y pienso: La Amelia, tan testaruda e impaciente llegó antes a la luz...pero haz dejado una pesada tristeza en nuestros corazones, que claman por haber tenido más tiempo, o haber sabido aprovechar bien ese tiempo a tu lado... ¿Puedes desde la inmensidad ayudarnos a aprender a vivir cada día como si fuera el último?
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Te veo cuando eras una niña de pelo negro, recién nacida. Tu nariz era tan chica y respingada que nos reíamos: Mirábamos a tu mamá y a tu papá y no entendíamos de donde la guagua había salido con esa naricita.
Así, las pocas imágenes vienen una y otra vez. Sabemos que la vida es una y no hay más, eso desde muy temprano lo aprendemos, pero pareciera que jamás lo comprendemos del todo y en su cruda verdad. Digo las pocas imágenes se suceden una tras otra, los días pasan, ya serán dos meses de tu muerte y las imágenes no me dejan en paz. Las pocas imágenes que guardo, el tiempo perdido, las palabras no dichas, el día a día que nos come y sabiéndolo dejamos que el tiempo se nos vaya, creyendo que siempre tendremos otra oportunidad. Y eso no es así, el tiempo es uno e irrepetible.
Me acuerdo, por ejemplo, de esa mañana en que nos encontramos en la calle. Era una mañana fría y asoleada de comienzos de invierno. Cada una iba por su camino, yo como siempre apurada, tú parecías ir perdida como si caminaras sin rumbo fijo. La luz del sol, tu imagen desvalida, en fin, la sorpresa de encontrarte de pronto en esa esquina, me hizo ir directamente a lo esencial y recuerdo que te dije que no dejaremos pasar más el tiempo sin vernos, sin conversar... Me miraste enternecida, tu voz se arrastraba en un " sí... es cierto." Nos prometimos acercarnos. Mientras lo prometíamos, mi celular comenzó, estridente a sonar, y con él la vuelta al mundo que en ese tiempo yo vivía, el del apuro, la contingencia, la alienación. Nos despedimos con un beso, tu a lo tuyo, yo a lo mío. Esa fue la última vez que hablamos de corazón a corazón.
No te hablé de los momentos, no te dije que hay etapas, que la luz, como la de esa mañana, muchas veces iba a alumbrar tu vida. Sobre todo, no te dije, y si alguna vez lo hice, creo que no supe expresarme, que el tiempo es uno, la vida es lo único que tenemos, aun cuando no la hayamos pedido, aún cuando no acabemos jamás de entender su sentido. Por momentos vislumbramos la verdad y la respuesta a tanta interrogante, pero siempre éstas se nos van de las manos y quedamos otra vez vacíos, desconcertados... No te dije que ahí, en ese peregrinar está la sabiduría, ahí la gracia de tomar el tiempo, vivirlo y esperar la luz que algún día llegará para todos. No te dije, niña, que mientras caminamos lo importante son los momentos, las hojas de los árboles que tus padres algún día plantaron, el sonido del mar que algunas veces escuchamos juntas, la sonrisa transparente de un niño, la inmensidad del firmamento....no te dije que todo eso y mucho más nos da breves destellos de la totalidad, no te dije, que la totalidad en este cuerpo no la alcanzamos, que sólo nos aproximamos y ese es el juego de la vida. No te dije que el cuerpo es la herramienta de la que nos valemos para ir caminando y descubriendo pequeños destellos de luz. No fui clara cuando apenas te asomabas a la adolescencia y te hablé de cuidarte, de la lucidez de la mente, de la paciencia...No te dije, niña, que había mucho por andar, que vendrían viajes, conocer otros lugares del mundo, otras almas, otras costumbres. Que el mundo es ancho y ajeno, pero que es diverso, deslumbrante, y que sólo te tenías a ti, que esa era tu gran certeza, que te cuidaras. No te hablé de lo que sentirías cuando trabajaras y vieras plasmado tu esfuerzo en algo que aunque pequeño sería concreto y eso te haría alegre por un momento. No te conté de cómo sería cuando tuvieras hijos, de la fuerza de esa experiencia, de lo desgarradoramente fuerte que es ver un tus brazos a un niño que depende de ti y al que le enseñarás a vivir su tiempo...No te dije tantas cosas. Por fin, no te dije con la suficiente fuerza y firmeza que tu deber para con tu tiempo era creer. Creer en que habíamos tantos que te amábamos, que el sentido se encuentra día a día aún sin encontrarlo, que debías mirar de frente y voluntariosa, como sabías serlo, enfrentar cada día sin temor. Sin temor, Amelia, sin miedo, porque aún en las incomprensiones, aún en la soledad, aún en la oscuridad, siempre a la vuelta de la esquina está la luz, la claridad, el entendimiento...Hoy, sé que en este caminar, haz llegado a la comprensión, y desde la pena me sonrío y pienso: La Amelia, tan testaruda e impaciente llegó antes a la luz...pero haz dejado una pesada tristeza en nuestros corazones, que claman por haber tenido más tiempo, o haber sabido aprovechar bien ese tiempo a tu lado... ¿Puedes desde la inmensidad ayudarnos a aprender a vivir cada día como si fuera el último?
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